Una hermosa tarde decidí salir
a pasear, el sol iluminaba en todo su esplendor primaveral. Me
apetecía disfrutar con los aromas de las flores y los cánticos de
lindos pájaros que por el parque podría apreciar.
Durante mi paseo tropecé con un
pobre mendigo de mirada transparente, sus ojos eran azules como el
mar. Estaba acompañado de un precioso perrito de tamaño mediano, su
pelaje era rizado y de color blanco como la nieve. Al verme, el
animal se acercó tímidamente pidiendo con sus redondos ojos oscuros
una muestra de cariño. Yo amorosamente le ofrecí unas caricias
mientras le daba las buenas tardes a su dueño. El hombre me
respondió con una sonrisa y seguidamente dando comienzo a parte de
su historia, brotaron palabras de sus labios.
Me contó que había dedicado su
vida a las letras, llegando a ser un reconocido escritor y profesor.
Publicó libros de poemas y grandes relatos, pero una tragedia marcó
su trayectoria dando paso a la crisis que ahora sufría. Sin ánimo
de ofender le dije que debía de haber sido algo muy grave como
para que terminara con su carrera. Él me explicó que el mismo día
que presentaba la publicación de su último libro recibió la triste
noticia de que su esposa y su hijo habían sufrido un accidente
mortal en la carretera cuando se disponían a encontrarse con él.
Apenada puse mi mano en su
hombro como símbolo de condolencia y con gesto cariñoso me despedí,
pues ya era tarde para mi regreso a casa. Durante esa noche no pude
quitar de mi cabeza aquel hombre y la conversación que tuvimos.
Al día siguiente recordé que
una mujer compañera del grupo de escritura en mis inicios, me dedicó
un poema en el cual me transmitía que nunca dejara de escribir por
ninguno de los motivos que pudieran suceder en mi vida. Estuve
buscando hasta que lo encontré y en esa misma tarde me dispuse a ir
al parque para intentar volver a encontrarme con aquel señor.
Después de hacer varios
recorridos y cuando pensaba que no se encontraba allí, pude verlo a
lo lejos y rápidamente me acerqué. Al darle las buenas tardes se
volvió hacia mi y me regalo una sonrisa acompañada de un atento
saludo. Comprobé que se acordaba de nuestro contacto en la tarde
anterior. Saqué mi poema y le pregunté si quería oírlo, él me
dijo sin dudarlo que si. Al terminar de leerlo levanté mi mirada
hacia su rostro y pude ver como brotaban lágrimas de sus ojos, me
disculpé porque mi intención no era ponerle triste. Ahora era él
quien poniendo su mano en mi hombro me agradecía amablemente la
lectura de aquel poema. Me dijo que le había ayudado a recordar la
magia de las palabras y el por qué decidió dedicar su vida a pasar
horas delante de un papel con su vieja maquina. Prometió emprender
su carrera y jamás volver a renunciar a la belleza de las letras.
Así pues, feliz por la reacción que tuvo me despedí de él.
Esto pasó hace unos cuatro años
y hoy en mi recuerdo renació, a causa de un libro que he visto en
una librería de mi calle. En la portada está la foto impresa del
rostro de aquel hombre junto a su perrito blanco como la nieve, por
esto he decidido comprarlo. Al leer una de sus primeras páginas me
he llevado la alegría mas hermosa que nunca pude imaginar; una
dedicatoria de su libro en la cual dice así:
"Con todo mi cariño para
aquella mujer tan amable que Dios puso en mi camino una tarde en el
parque. Gracias por leerme aquel poema causante del milagro de mi
recuperación de la ceguera de mi alma y corazón. Sólo por aquella
tarde de primavera que sin pedir nada me ayudaste con tu bondad. He
recibido todo lo que hoy tengo y como símbolo de mi agradecimiento
te ofrezco la dedicación de mi primera publicación en mi regreso,
pues sin tu presencia no hubiera sido posible escribirla".
Alejandra M.C. 24/10/2012